Para quienes desarrollamos nuestro quehacer científico en la segunda mitad del siglo XX los equilibrios en las relaciones entre individuo, ciencia y sociedad se vieron sacudidas por cambios de gran importancia en la consideración ética de la actividad científica.
Ante los grandes avances logrados, el descomunal aumento del conocimiento científico y tecnológico y de su acervo bibliográfico, y la velocidad y alcance logrados en la difusión de tales avances, aquellos cambios en la relevancia de los aspectos éticos pasaron casi desapercibidos para muchos.
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